qué pasa cuando subes y descargas un vídeo de YouTube 1000 veces

YouTube aplica una codificación a todos los vídeos que se suben a su servidor. Esa compresión conlleva una pérdida de calidad respecto al original, pérdida que será mayor o menor dependiendo de por ejemplo cuánto quieras que ocupe el vídeo resultante.

Si el mismo vídeo se descarga de YouTube y se vuelve a subir constantemente, va acumulando compresiones que degradan la imagen y el sonido cada vez más. A cada una de esas compresiones se le llama generación. Originalmente lo hacían con el codec de Adobe Flash (flv); actualmente se usa h.264 (mp4) y se espera que en un futuro se emplee el h.265.

El artista Ontologist ha hecho esta prueba subiéndolo y bajándolo 1000 veces, y el resultado es grotesco.

Esta es la demostración empírica de lo que causa la compresión en los vídeos. Cuando más agresiva sea ésta, mayor será la pérdida de calidad. Si quieres bajar un vídeo de YouTube y conservar su calidad, te recomiendo descargarlo directamente en mp4 sin convertirlo, con herramientas como Video Downloadhelper. Es el procedimiento más lógico y rápido puesto que YouTube ya almacena los vídeos en formato mp4 (codec h.264).

Si tu idea es descargarlo para editarlo después, te aconsejaría que lo hicieras con un software capaz de trabajar en nativo con múltiples formatos de vídeo, como Final Cut Pro X (para Mac). Si por el contrario sólo quieres convertir cualquier formato a mp4 y no tienes mac, puedes hacerlo con software gratuíto como Avidemux o HandBrake. Ambos son multiplataforma Win / Mac.
la compresión del vídeo en Youtube degrada la imagen y el sonido. Descargar video mp4 de YouTube sin convertir siempre es mejor que programas que convierten mp4

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la peor película de la historia

Digo yo que cada uno tendrá su película fetiche. Esa que vio en un momento complejo de su vida y que le dejó maravillado y/o/u aterrorizado por lo grotesco de las imágenes que se desplegaban ante sus atónitas retinas.

Oficialmente, la peor peli de la historia es plan 9 del espacio exterior, de Ed Wood, que recibió un maravilloso homenaje de la mano de Tim Burton en la película del mismo nombre.

Pero yo le voy a echar un par de huevas y plantarle cara a la oficialidad. Algunos de los que me conocen ya me han oído hablar de ella. Porque para mí, la peor película de la historia es sin duda alguna China O’brien. En YouTube puedes verla completa:

El argumento no puede ser más original. China O’brien (Cynthia Rothrock) es una oficial de policía que hace cumplir estrictamente la ley en su ciudad. No recuerdo cuál, pero me apuesto veinte céntimos a que es Detroit. Es asaltada en un callejón por un kinki, y para defenderse, dispara su arma reglamentaria, matando por error a otro kinki, esta vez menor de edad (que no sé qué pintaba escondido en aquella esquina oscura).

El caso es que China no puede vivir con ello y abandona el cuerpo. Se le enciende la bombilla, y decide regresar a su pueblo, donde su padre ejerce a duras penas de sheriff. Sí, a duras penas, porque cómo no, qué novedad, hay un cacique local que pretende imponer su ley.

Cuando el padre muere asesinado por un coche bomba, y sin esperar a ver si los de la ETA reivindican el atentado, China decide tomarse la justicia por su mano e imponer la ley a base de hostias al por mayor.

Dios, se me saltan las lágrimas. De verdad que es una historia tan atemporal que a Shakespeare debería caérsele la cara de vergüenza por no haberla plasmado en papel.

Digo que es la “peor” entre comillas, porque la escena en la que un esbirro recibe el impacto de una bola de demolición y queda ileso es difícilmente superable.

Ah, no, que me estoy equivocando. Esa escena pertenece a la segunda parte. Porque por Dios, es evidente que hubo secuela:

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Actores camaleónicos

Me descojono de ellos. De los que son oficialmente conocidos por su camaleosidad, claro. O camaleosicionamiento. O como se diga.

Ya se ha convertido en una frase tan manida como la de que el Rey es campechano. Y Bardem es camaleónico. Sí, ya lo sé. Y John Malkovich también, qué novedad.

Pero es que el oficio de intérprete consiste en ser camaleónico.  Si un actor no tuviera la habilidad de despojarse de su personalidad para usurpar otra, no sería capaz de interpretar más que su propio biopic. Salvo raras excepciones como Hugh Grant, que siempre hace la misma película, y Richard Gere, que ya sea interpretando a un oficial del ejército rojo o a un alfarero del medievo, siempre lo hace de la misma manera.

Pero como en todo, el camalecionismo tiene sus grados. Y muchas veces la palma de la camaleoticidad no se la llevan los actores conocidos, sino los que no lo son tanto. ¿Quieren saber quién es el rey de la disciplina en mi opinión? Apunten este nombre:  Ted Levine. Si no les suena de nada, tal vez se acuerden de uno de sus últimos personajes, el capitán Leland Stottlemeyer, el bigotudo grandote de la serie Monk.

silent of the lambs

¿Qué? ¿No les suena de nada más que de la serie? ¿Seguro? Pues hizo otros personajes, como éste:

Nunca un mostacho dio tanto de sí.

El increíble ventrílocuo Don Francisco

Preparar un golpe de estado no es una cosa que haya que tomarse a la ligera. Uno se juega literalmente la cabeza, y para que éste tenga éxito, tiene que compensar su aparentemente inferioridad de condiciones con astucia.

Debe asegurarse primero de contar con los apoyos necesarios entre la población, ya que los ejércitos de un solo hombre raras veces tiene éxito; y el alistamiento -primero voluntario y si es necesario, por la fuerza- de la población civil, se hace indispensable para la victoria.

En el caso de una sublevación militar, necesita asegurarse el apoyo de cuantas unidades militares diseminadas por el país le sea posible, con el fin de abrir varios frentes de lucha. Muchas veces una desventaja inicial debida a la inferioridad numérica sólo puede compensarse desmembrando las defensas del enemigo a batir.

Pero cuando uno planea derrocar a un gobierno debe cuanto menos ser capaz de preveer que no será una empresa fácil. Se dispone a atacar a un gobierno legítimo arropado por la mayoría de la población,  que controla la mayor parte de las reservas de dinero, las fábricas, y además protegido por una parte del ejército que aún mantiene su juramento de lealtad.

Y una de las claves para poder sublevarse con un mínimo de garantías de éxito es asegurarse los suministros hasta ser capaz de producirlos autónomamente. Necesita aviones de combate, tanques, munición, uniformes, víveres; hasta picos y palas para enterrar a los muertos se antojan indispensables.

En este tipo de situaciones, para procurarse tales suministros, lo más recurrente suele ser pedir ayuda externa: a países que supone aliados con la causa, o que al menos estarían interesados en que ésta prosperase.

Ahora vean este vídeo y sitúenlo en su contexto histórico:

Franco pidiendo ayuda a un hombre que meses después pondría en jaque al mundo occidental. Solicitando apoyo al mismísimo Hitler -cuyo partido inventó la propaganda bélica moderna– con este mensaje pasivo-agresivo, cutre y casposo. Que el lenguaje audiovisual aún estuviera en pañales no es una excusa para esta muestra de analfabetismo en formato treintaicinco milímetros.

Y ganó la guerra. Este chapucero, este gañán que no sabía leer sin mover los labios tuvo de rodillas a un país durante cuarenta años.

Detalles como éste dicen mucho más acerca de lo que somos, que los mil tópicos que usamos para definirnos.

Un testigo de Jehová a su puerta

Todos los que de niños fuimos a un colegio religioso –en mi caso fueron tres, de tres congregaciones distintas– tenemos el recuerdo de los vídeos que nos proyectaban en las clases de religión.
A todos mis compañeros se les arruinaba la mañana cuando tocaba visionar uno de esas cintas, y aprovechaban para dormir o dar por culo. Yo los miraba extasiado, embadurnándome del surrealismo que contenían.
Me preguntaba quiénes serían sus guionistas y directores y qué les pasaba por la cabeza mientras realizaban el proyecto. ¿Eran auténticos fieles convencidos del poder adoctrinador de los medios, o en cambio sólo pasaban por ahí y para ellos no era más que otro encargo alimenticio más?

Todo ésto viene porque de casualidad he encontrado uno de estos vídeos, y me ha maravillado. De una facturación exquisita, no puedo dejar de destacar una genuína fotografía amarillo vhs, unos flashbacks desgarradores, y un doblaje al español latino digno de cualquier clásico de Disney.

Para los que nunca hayan visto un vídeo de éstos, les parecerá una versión aburrida de los documentales presentados por Troy McClure en los episodios de los Simpsons. Para los que se hayan tragado cientos, como yo, les devolverá a una época de sus vidas en las que fueron inmensamente felices, o por el contrario, no sabían ni de dónde les caían las hostias.